Descripción
No pasa un solo día sin que aumente el peligro de que las grandes hogueras del prejuicio religioso prendan una conflagración mundial de consecuencias inimaginables. Las autoridades civiles no pueden, por sí solas, conjurar semejante riesgo. Tampoco deberíamos engañarnos creyendo que los llamamientos a la tolerancia mutua puedan extinguir por sí solos animosidades que se arrogan el refrendo divino. La crisis exige de los dirigentes religiosos una ruptura con el pasado tan resuelta como las que permitieron que la sociedad se zafase de los prejuicios igualmente corrosivos de raza, género y nación.